Abrí los ojos de repente, en un mundo lleno de color. No lo
reconocía, no era el mundo gris y triste que recordaba. Atónito, incrédulo, me
pregunté como llegué allí. Entonces recordé el calor intenso de unos labios, un
escalofrío a causa de una mirada. ¿Era real?
Confuso, desorientado, me incorporé para observar en qué
maravilloso lugar me encontraba. En un suspiro, apareció, la que reconocí,
causante de todo, por el fulgor de su mirada. No pude evitar estremecerme
cuando volví a sentir esos ojos pardos clavados en los míos. Me llené de valor:
¿Eres real? ¿Qué es todo esto? Sonrió,
se acercó y me besó. Comprendí como había acabado allí. Me volví a embriagar de
esa maravillosa sensación. Sus labios acariciaban los míos con cariño mientras
agarraba sus manos para que su suave tacto me electrificara. Dulce, cautivador.
Olvidé de donde provenía. Cuando el tiempo volvió a seguir su curso, la miré,
sintiendo aún esa sensación en mis labios. Propia de ese mundo de ensueño,
onírica, su preciosidad sin igual era hipnotizante. Una melena cobriza caía
sobre sus hombros, su tez, del color de la arena, esclarecida por el brillo de
su sonrisa, que seguía de un cuerpo tallado y pulido en mármol, hermosura
griega caída a mi sueño desde el Monte Olimpo. Esto me cercioró aún más de que
sólo era un sueño, ambicioso deseo de conseguir algo irreal. ¿Para qué volver
al mundo real? Sus labios me habían
convertido en un demente, un loco de atar que sólo necesitaba su amor.
No conseguía vocalizar nada, la incredulidad ahogaba mi voz.
Torbellino de sensaciones, límbico, que se llevó consigo toda la pesadumbre que
residía en mi interior. Un sentimiento puro inundó en mí hasta el más profundo recoveco.
¿Cómo oponerse algo deseado, aunque fuera una alucinación?
Un deseo. Mis ojos le rogaron a los suyos que no acabara ese
sueño tan anhelado y un beso firmó que esa fantasía iba a permanecer. ¿Quién
era yo para aspirar al amor de una deidad? Simple mortal, rendido a la
magnificencia de su ser, esclavo de sus besos.
Sin saber si era o no un producto de mi imaginación, la tomé
de la mano y me dispuse a caminar con ella. Mientras caminábamos, ella me abrió
su alma. Atónito, no pude cuantificar la grandeza de tal interior. Adiamantado
interior lleno de dulzura, simpatía, honestidad y bondad, pero recubierto de
duro acero, resistente y determinado. Me sentí único, orgulloso. Era ilógico
pedir más a la perfección. Superaba con creces lo que hubiera podido salir de
mi imaginación. Me sentía minúsculo bajo su esplendor.
Así, comenzó un camino lleno de sonrisas, regocijo,
experiencias, pasión, de su mano y que me ha mostrado más y más singularidades
que la caracteriza. Sigo aquí, a su lado, ensimismado, continuando el sendero
descrito por este maravilloso sueño del que anhelo no despertar jamás.